Estados Unidos lucha contra el retroceso de los derechos LGBT causado por Trump





No hay lugar para Trump en el arco iris

La comunidad LGBT se revoluciona para impedir que el presidente propicie una regresión en los derechos que ha conquistado

María Melo se cuenta entre los muchos millones de estadounidenses que jamás creyeron posible una victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de la primera potencia mundial. «De hecho, hice la entrevista para trabajar en el Centro LGBT de Los Ángeles unos días antes de los comicios de 2016. Y estaba convencida de que mis tareas consistirían en avanzar en los derechos de la comunidad con Hillary Clinton como presidenta». A pesar de que las encuestas aseguraban que las opciones del magnate eran casi nulas, sucedió lo que ni siquiera el equipo de Trump esperaba ya. «Así que los últimos cuatro años nos hemos centrado en tratar de evitar una regresión, porque estamos siendo atacados en diferentes frentes», comenta la responsable de Operaciones del Departamento de Políticas del Centro, la mayor institución LGBT del mundo.

Melo es lesbiana y tiene dos hijas de cuatro años con su mujer, también estadounidense. «Mi pareja las ha tenido que adoptar porque tememos cambios legislativos que nos puedan dejar en un limbo», cuenta. La activista afirma que, en los cuatro últimos años, se han disparado los crímenes de odio. Y no descarta que lo imposible vuelva a suceder el próximo día 3. «Otro mandato de Trump sería nocivo para los inmigrantes, las mujeres y el colectivo LGBT. O sea, para todo lo que yo soy», sentencia Melo, de origen colombiano.

Oficialmente, el Centro no puede decantarse por un candidato. Al fin y al cabo, una minoría de la comunidad es republicana. «Pero sí que podemos promover que nuestros 'clientes' vayan a votar», apunta. Y eso es lo que están haciendo. Las minorías, lo sean por cuestión de raza o de orientación sexual, se están movilizando para que sus miembros acudan a las urnas. «Tenemos que usar la democracia para evitar que se desmantelen políticas que nos protegen y que han costado mucho esfuerzo», comenta Melo, que señala una en particular: el sistema de salud asequible, conocido como 'Obamacare'. «Es especialmente importante para la comunidad trans, que tiene pocos recursos y lo necesita aún más que el resto», apostilla.

Legado del sida

El Centro LGBT de Los Ángeles emplea a unas 800 personas y proporciona desde servicios primarios de salud, legado de la batalla política y social contra el sida en la década de 1980, hasta el apoyo legal, con el que Melo está especialmente involucrada. «También apoyamos a la juventud con cien camas para jóvenes de entre 18 y 24 años, damos unos 200 servicios diarios de comida y tenemos capacidad para acoger a 80 personas LGBT mayores, que sobrevivieron al VIH y ahora incluso sufren discriminación en las residencias –expone–. Una nueva victoria de Trump sería una carta blanca para los que nos odian».

Cynthia Magaña nunca ha necesitado acudir a un comedor social o dormir en un albergue, pero comparte esos sentimientos. «La vida ha cambiado por completo en los últimos cuatro años. Yo vengo de una familia en la que nueve personas son militares, y antes me consideraba patriota. Ahora, la toalla que tengo con la bandera de EE_UU siempre la pongo boca abajo, porque creo que ser americana es una vergüenza. Trump ha despertado lo peor de este país», apunta esta mujer originaria de Orange County, que lleva 13 años residiendo en Los Ángeles.

Los últimos los ha compartido con su pareja, la vasca Zaloa Goiri. «Recuerdo que, en vísperas de las elecciones de 2016, incluso compramos una botella de champán para celebrar la victoria de Clinton. Creo que la prensa nos ha dado una imagen errónea de lo que estaba sucediendo, y temo que ahora vuelva a suceder», reflexiona la bilbaína, en referencia a los sondeos que vaticinan una clara victoria del demócrata Joe Biden. A su lado, Magaña asiente: «Aparentemente, vivimos en burbujas y desconocemos lo que sucede en el resto del país. Concretamente, el colectivo LGBT de Los Ángeles es una burbuja dentro de otra burbuja. Damos la espalda a todo lo que no nos afecta y terminamos por no verlo. Pero eso no quiere decir que no exista».

Magaña sabe de qué habla, porque su hermano es un enamorado de las armas al que le encanta ir vestido con ropa de camuflaje y que incluso se ha construido una especie de búnker. «Vivimos en un país dividido. A mí se me discrimina porque, como latina, se espera que desempeñe los trabajos más ingratos, independientemente de mi formación. Mientras tanto, los 'rednecks' ('cuellos rojos', término peyorativo para referirse a la población blanca de la América sureña) no tienen otra cosa que hacer que jugar con sus armas e ir a la iglesia», critica. Melo hace una lectura más política, pero coincide en el fondo: «Vivimos en entornos estancos que apenas interactúan y creemos que lo que sucede en una ciudad como Los Ángeles se reproduce en todo el país. Y no es así».

Aunque hubiese preferido un candidato más progresista, como Bernie Sanders, Magaña votará por correo a Biden. «Creo que es importante proteger la Sanidad y el matrimonio homosexual, permitir que las mujeres aborten y luchar contra el cambio climático y la pobreza», enumera esta directora de 'casting' para programas de telerrealidad. «A mí no me importaría pagar más impuestos si avanzamos en esas áreas», señala. Pero no es muy optimista al respecto. «Sinceramente, tengo miedo de lo que puede pasar. Temo que estalle un enfrentamiento civil. Porque, si Trump pierde, sus fanáticos van a ir a por nosotros. Y si gana, los de Black Lives Matter (el movimiento negro que se ha movilizado desde el asesinato de George Floyd) no se van a quedar de brazos cruzados».

Nuevas ideas

Goiri, sin embargo, tiene esperanza en un cambio a mejor. «Estados Unidos no está todavía preparada para un presidente como Sanders, pero creo que va en la buena dirección –afirma–. La juventud comienza a apoyar ideas más progresistas, como las de nuevos congresistas como Alexandria Ocasio-Cortez». Del país, destaca su gran diversidad y la necesidad que los diferentes grupos tienen de convivir. «La verdad es que vivir con Zaloa me ha abierto los ojos a un nuevo panorama político», ríe Magaña, mientras disfruta de una cerveza en uno de los pocos bares abiertos durante la pandemia.

Las calles vacías de esta megalópolis de acusados contrastes solo se llenan con protestas, como la que marcha desde la Plaza Per¬shing hasta el Ayuntamiento para exigir, precisamente, que se avance en los derechos sociales de mujeres y del colectivo LGBT. 'El 47% de las mujeres blancas votaron a Trump. Podemos hacerlo mejor', se lee en la pancarta que porta una pareja de lesbianas blancas. 'Agarrémosle por los votos', ha escrito una activista negra. 'Las mujeres deben estar presentes en los órganos que toman decisiones', reza el lema de un trío de latinas que decora su cartulina con una foto de la recientemente fallecida jueza del Tribunal Supremo Ruth Bader Ginsburg. Caminan detrás de un grupo vestido con las capas rojas de la serie 'El Cuento de la Criada': «¡No somos de vuestra propiedad! ¡No estamos aquí para engendrar a vuestros hijos!», gritan.

Un grupo de indigentes sale de sus tiendas de campaña para ver con curiosidad la marcha mientras unos agentes de Policía que la supervisan desde su coche patrulla hacen bromas entre risas que reflejan un sarcasmo evidente. Algunos en la manifestación los reciben con el dedo corazón erguido. «Hay que reformar la Policía para que no sea el brazo del fascismo», afirma una mujer ataviada como el Capitán América que prefiere no dar su nombre. «Hemos llegado a un punto de inflexión. El régimen está derogando leyes, amenaza con no acatar el resultado de las elecciones y da rienda suelta a la violencia fascista. Votar es esencial, pero no es suficiente. Debemos tomar las calles y exigir que Trump y Pence se vayan», sostiene Sunsara Taylor, cofundadora de Refuse Fascism (contra el fascismo), en un discurso que afianza el temor de Magaña a una escalada de la tensión actual.

Según Taylor, la confirmación de Amy Coney Barrett como sucesora de Ginsburg, pionera de los derechos de las mujeres en Estados Unidos, «convertirá al Supremo en un instrumento del supremacismo blanco y la teocracia cristiana que facilitará que se sigan cometiendo atrocidades contra las mujeres y el colectivo LGTBQ». Además, subraya que el nombramiento permitirá que Trump «cumpla la promesa que les hizo a los fascistas cristianos de eliminar el derecho de las mujeres a decidir si quieren, y cuándo, tener hijos». Es, resume la activista, «parte del programa republicano para lograr la subordinación total de la mujer al hombre».

«Nunca ha habido un tiempo peor en Estados Unidos»

Elly Levy no sintió la necesidad de zambullirse en el activismo hasta que vio cómo cientos de hijos de inmigrantes eran separados de sus padres en Estados Unidos. «Jamás había sentido tanto horror», recuerda. Sin embargo, las cosas todavía podían torcerse más en su país. «Nunca ha habido un tiempo peor en EE_UU. Porque Trump es sinónimo de fascismo y está consolidando su poder en las instituciones», cuenta Levy, que señala con dedo acusador el muro que el presidente quiere construir en la frontera con México y lo tacha de «monumento al racismo». Es más, este abogado considera que las políticas migratorias del actual Gabinete «son parte de una estrategia de limpieza étnica», y critica que el magnate haya creado un sistema «como el de la Gestapo» para lidiar con la inmigración. «La gente tiene miedo», afirma.

Como otros asistentes a la Marcha de las Mujeres celebrada en Los Ángeles, Levy teme que el país vaya aceptando con Trump una deriva autoritaria que erosione el estado de Derecho y las libertades individuales que las barras y estrellas han abanderado históricamente. «Tenemos que prepararnos para una derrota de Biden, y eso supone crear grupos de resistencia. Incluso si Trump pierde las elecciones, todavía quedará un gran número de jueces reaccionarios en los diferentes estamentos de la Justicia. Su influencia no va a desaparecer como por arte de magia, así que tendremos que seguir luchando a partir del 3 de noviembre independientemente de quién gane los comicios», avanza.

Lo que Levy no puede asegurar es que las movilizaciones que se están dando en todo el país vayan a tener éxito y culminar en cambios. «Pero los movimientos sociales siempre han funcionado así, y los derechos de los que gozamos se han conseguido con movilizaciones y sufrimiento. Cuando las instituciones dan la espalda al pueblo, el pueblo debe ejercer su poder», sentencia, antes de tomar prestado el lema que una manifestante lleva escrito en su mascarilla: «No lucho contra el fascismo porque crea que puedo ganar. Lucho contra el fascismo porque es fascismo. ¿Qué otra cosa podría hacer? Quedarse de brazos cruzados es capitular».

FUENTE: El Correo




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